Cuentos de Navidad (para reflexionar)
“La Navidad no es un momento ni una estación, sino un estado de la mente.” Calvin Coolidge
Compartimos algunos cuentos de Navidad…
La Navidad había llegado al pequeño pueblo. Allí, donde apenas vivían unas diez familias, los días de las fiestas eran sumamente especiales. Incluso parecía como si mucha más gente habitara en las pocas casas que conformaban el casco.
Gustavo vivía en una casita que estaba al final de la urbanización, si se le puede llamar así. Compartía su casa con su madre viuda y una abuela cascarrabias que no quería a nadie, ni siquiera a su propia hija, con la que siempre estaba discutiendo y peleando.
Cuando se se acercaba la Navidad Gustavo se ponía muy contento porque durante esos días lo dejaban deambular solo por el pueblo; lo que no le gustaba de estas fechas era que su abuela siempre se ponía más insoportable porque no le gustaba que la gente festejara y derrochara el tiempo en comidas grupales y esas cosas. Ella prefería quedarse con su máquina de coser, mirando por la ventana hacia alguna parte que Gustavo no sabía qué era.
Ese año la Navidad se presentaba algo más especial porque unos reyes vendrían a visitarlos. Eran unos viajeros que iban de pueblo en pueblo emulando el viaje de los reyes magos. Gustavo se puso tan contento y tanto se entusiasmó que durante días no pudo pensar en otra cosa.
Pocos días antes de la fecha en la que llegarían estos extraños visitantes comenzó a llover tanto que se inundaron todos los caminos. El pueblo quedó completamente aislado y se suspendieron la mayoría de las fiestas. Gustavo estaba muy triste sobre todo por haberse perdido la oportunidad de conocer a esos reyes que venían de otro sitio.
Una tarde mientras estaba tomando la merienda absolutamente absorto en la pared de la cocina de su casa, su abuela dejó la máquina de coser y se le sentó al lado. ‘¿Por qué estás tan triste, Gustavo?’ El niño se sorprendió mucho; jamás su abuela se había preocupado por cómo estaba él. ‘Es que me gustaría saber cómo es afuera y ellos podrían habérmelo dicho’. ‘No te preocupes, lo sabrás. Algún día podrás dejar este lugar y viajar a donde quieras pero mientras tanto en vez de quedarte mirando hacia esa pared podrías hacer como yo, a través de esa ventana verás el campo: ahí afuera es donde se cuece la vida’.
El niño se quedó sorprendido por la sabiduría de su abuela y le hizo caso. Desde ese día pasaba muchas tardes sentado frente a la ventana, observando la línea del horizonte que cada vez se acercaba más y soñando con que un día él también podría ser un rey mago para pasear de pueblo en pueblo llevando la alegría a los niños que soñaban con vivir en otra parte.
Después de su medio almuerzo, Alicia guardó el resto de pan en uno de sus bolsillos. Entonces, pensó en aquel cuento que su madre le contara cuando era una niña, el de una chiquilla que vendía cerillas en navidad.
La imagen de la pequeña con sus pies desnudos, el frío y la tristeza de esa noche navideña, la sobrecogió. Pero, con una inmensa sonrisa, se sobrepuso a ese sentimiento.
Habían pasado unos años de aquellas tardes de cuentos. Ahora tenía once y ya era grande para esas tonterías; tenía que ganarse la vida.
A lo lejos vio a un joven que vendía golosinas en un parque; ella no podía comerlas porque era demasiado grande y tampoco tenía dinero para comprarlas. Tocó su bolsillo, confirmando que el pan permanecía allí, y contuvo el impulso de devorarlo en un santiamén: no querría quedarse sin desayuno para el día siguiente.
A medida que pasaban las horas, más frío sentía y la soledad de las calles la estremecía con mayor agudeza.
Miró el cielo: unas terribles nubes anunciaban una noche de tormenta. En ese mismo instante cientos de personas alzaban su vista al firmamento, y anhelaban la llegada de la noche vieja: una noche de tormenta a resguardo del viento y el agua, compartiendo una agradable cena familiar y abriendo toneladas de regalos. Alicia lo miraba con aflicción.
Por mucho que pisoteó durante horas las calles de esa ciudad, de la que ni siquiera sabía el nombre, no vendió nada. Tampoco comió, aunque sí se enfrió: sus huesos se helaron hasta el núcleo y comenzaron a dolerle.
A las diez de la noche, las calles estaban absolutamente oscuras y desiertas y las primeras gotas empapaban el asfalto. Buscó con su infantil vista un sitio donde cobijarse y encontró un hueco en la punta de un edificio abandonado. Se arrebujó como pudo con sus débiles piernitas e intentó calentarse con las imágenes de la niña encendiendo las cerillas. ¡Lo consiguió! De pronto se sintió a gusto, cálida, incluso acompañada. Y se durmió con una enorme sonrisa en los labios.
Al despertar, el calor todavía entibiaba su cuerpito de pocas pulgadas; estiró las manos y se extrañó al chocar con otro cuerpo tan frágil y débil como el suyo, y unos enormes ojos pardos que la miraban con entusiasmo. La niña se prendió al cuello de ese perrito flacucho y quebradizo y se dispuso a compartir con él el medio pan que le quedaba, para sellar esa amistad que sobreviviría al frío, al hambre, a la desolación y a muchas futuras navidades.
“La Navidad suele ser una fiesta ruidosa: nos vendría bien un poco de silencio, para oír la voz del Amor.”
Navidad eres tú, cuando decides nacer de nuevo cada día y dejar entrar a Dios en tu alma. El pino de Navidad eres tú, cuando resistes vigoroso a los vientos y dificultades de la vida. Los adornos de Navidad eres tú, cuando tus virtudes son colores que adornan tu vida. La campana de Navidad eres tú, cuando llamas, congregas y buscas unir. Eres también luz de Navidad, cuando iluminas con tu vida el camino de los demás con la bondad, la paciencia, alegría y la generosidad.
Los ángeles de Navidad eres tú, cuando cantas al mundo un mensaje de paz, de justicia y de amor. La estrella de Navidad eres tú, cuando conduces a alguien al encuentro con el Señor. Eres también los reyes Magos, cuando das lo mejor que tienes sin importar a quien. La música de Navidad eres tú cuando conquistas la armonía dentro de ti. El regalo de Navidad eres tú, cuando eres de verdad amigo y hermano de todo ser humano. La tarjeta de Navidad eres tú, cuando la bondad está escrita en tus manos. La felicitación de Navidad eres tú, cuando perdonas y restableces la paz, aun cuando sufras. La cena de Navidad eres tú, cuando sacias de pan y de esperanza al pobre que está a tu lado. Tú eres, sí, la noche de Navidad, cuando humilde y consciente, recibes en el silencio de la noche al Salvador del mundo sin ruidos ni grandes celebraciones; tú eres sonrisa de confianza y de ternura, en la paz interior de una Navidad perenne que establece el Reino dentro de ti. Una muy Feliz Navidad para todos los que se parecen a la Navidad.
Papa Francisco
Diciembre 2014